lunes, 10 de marzo de 2008

Círculo

Cúspide de estrellas.
La noche se abriga.
El silencio se apodera de cada esquina, de cada lágrima.
Un dicho al descuido, salpicado entre renglones.
Una mirada inquieta que no soporta esas palabras.
No es broma, no hay chiste en esa declaración.
Un discurso absurdo y sostenido, que busca cobrar sentido aunque sea por un instante.
Imponerse es necesario. No importa cuánto dure la obstinación.
Basta un segundo de su agravio, para anclar la sospecha sin remedio.
Quien se anima a destronarlo?
Quizá cualquiera, pero ya logró su cometido: anidar en el imaginario.
Palabras. Un surco sembrado de justificaciones que alimenta los malestares.
Puedo decir lo que quiera?
Puedo interpretar a mi antojo lo que creo subyase en el párrafo?
Puedo completar su frase con mi ironía o mi vulnerado inconsciente, vomitando letras que decorarán la pared de alguna historia?
Puedo declararme inocente o víctima u operadora sádica de voluntades indefensas?
Puedo regodearme de la obsesiva mirada culposa o culpable o cohibida que se disfraza de cordero en una manada de lobos?
Puedo señalar al suicida que creyéndose que la bala es la última excusa a su fracaso, convida lástima y derrocha sinsentido?
Puedo volverme cómplice de la déspota caprichosa que exige sin demora el cumplimiento de la fórmula que el sistema le vendió para ser feliz? Puedo quedarme junto a ella y amotinarme en una vereda cualquiera reclamando por lo que ella cree su derecho...ser feliz, patriarcalmente feliz, oprimidamente feliz? Puedo no emitir un par de fonemas alertando que sus sueños se desvanecerán porque esa fórmula no existe, porque el sistema sólo la quiere engañar?
Pero si disfruta engañándose...quién soy yo para hablar? quién soy yo para callar?
Cuánta bronca cabe en dos puños?
Cuánta injusticia se necesita para surcar un corazón de tal modo que no pueda ver más allá de su latir?
Cuánta violencia se anida en un alma, se enquista en las entrañas, se concentra en la periferia de un beso?
Cuántas preguntas pueden encerrarnos en un laberinto que no se resuelve con respuestas, sino con simples mentiras que nos hagan creer que estamos fuera de sus pasillos, cuando en verdad, vivimos atrapados en ellos?
La culpa, el castigo y el infierno mismo es no poder escapar de la narrativa reiterada, de la novela que siempre debe tener un final y feliz pero nunca llega, del verso que tiene estipulados los ademanes que lo acompañan. Me lustro los zapatos, me ajusto las colitas, me arreglo el guardapolvo y recito, repito, recito, repito. Me tiene que salir bien y recito, repito, recito y vuelvo a repetir. Alguna vez lo aprenderé y la seño me premiará. Recito, repito, recito, repito, vuelvo a empezar. La fórmula no puede fallar. Yo no puedo fallar.
La calesita de las ideas deambula siempre en la misma dirección, al son de esa música básica que siempre vuelve a empezar, que promete que con ella se va a morir...pero es la clave para ser feliz.
Círculo mágico que hinoptiza con su perfección, que resiste a la queja, que triunfa a pesar de cualquier revolución. Siempre se vuelve a formar y con su mantra nos envuelve, convenciéndonos de lo fácil que resulta ser feliz sin cuestionar, conformarse, anestesiarse, declararse parte de la rueda o cinta de Moebius, como nos guste más. Repito, recito, repito, recito, el verso no se me puede olvidar.
Traicionar esos carriles con preguntas...para qué?
Apagar la música del carrusel con nuevas posibilidades...vale la pena?
Detener la verborragia alienante, no es más peligroso que ignorarla?
Cuál es el mal peor?
Se oyen las ranas en las cunetas.
No se cansan de croar.
Habrá lluvia, anuncian las profetas.
Ojalá inunde los campos, la esperanza como vendaval.