viernes, 20 de marzo de 2009

Vida

Le tengo miedo a la rutina y le tengo piedad.
No es fácil sostener la magia porque los trucos se descubren
A menos que prefieras la sorpresa por sobre todas las cosas.
Le tengo miedo a lo constante y también a lo que fluye sin explicación.
Varita mágica que la vida saca en algunos momentos
Y convierte en galera el corazón,
paloma blanca escondida en el revés del alma
inocencia plasmada en la sonrisa simple del amor.
Le tengo miedo a las palabras
Que se gastan explicando ceremonialmente
Donde empieza esto y dónde acaba aquello
En el cotidiano juego de ser dos.
Le tengo piedad al miedo que se arremolina en absurdos
Para sostener su posición.
Le tengo envidia a la vida
Cuando se salta de la mesa a la ventana
De la vereda a la calle
De la lágrima a la risa
Del refugio al baile
Y grita desaforada
Hasta caer desmayada
En un colchón de rocío.
Así, húmeda, se queda dormida
Un tanto realidad
Un tanto fantasía
Una mezcla irrespetuosa
De humanidad desbordante
Un borboteo constante
Imposible de condicionar.
Le tengo envidia a la vida
Cuando me sacude desde lo diferente
Y se burla incoherente
Por mi cara de yo no fui
Me hace chistes baratos
De esos que no entiendo
Y al final me contesta…
“no son para entender, tonta”
“son para reirse, simplemente, son”
“como vos, como la luna, como el gato que se enrosca en tus piernas sin preguntarte quien sos,
como los loros sobre el palo borracho estropeando sus flores, son”
y se pone una sombrilla al hombro
hace una venia insulsa
tomandome el pelo solemnemente
“Adiós, cuando te animes a vivir intensamente, llamame”
“Buscame en el chapoteo de los niños en el barro
o en la marca de tu aliento sobre el vidrio,
buscame en aquello que te recuerde
lo inédito de estar vivo.