martes, 27 de julio de 2010

Derroche

Pobreza

En el origen.
En el origen había vacío y caos a la vez.
Una mezcla extraña de líquidos y células que se dispersaban y amontonaban, se reproducían en el vacío…aunque era un útero.
En el origen, dos especies se unían, más allá de sus deseos, de unirse; se encontraban más allá del deseo de encontrarse. Casualidad? Causalidad? Capricho natural?
En el origen algo se formaba, algo que les podía cambiar la vida, algo que les podía quebrar las reglas, algo que podía ser maravillosamente una desgracia o desgraciadamente maravilloso.
Hasta ese momento, todo se había calculado. Nunca era la ocasión adecuada, ni lo sería. Él muy viejo, ella muy joven. Los dos muy pobres, muy solos, muy heridos.
Pusieron normas claras, desde el principio, que no fue el origen.
No traer niños al mundo para que sufrieran, para que pasaran hambre o dolor.
Ya ellos habían sufrido bastante.
Él era un hombre viejo, ella una mujer joven. Los dos muy pobres, de esas pobrezas que duelen y no se curan con un plato de sopa caliente.
Cuando el caos llegó al origen o se originó el caos, ellos estaban en el límite. Él en el límite de sus días en la tierra, ella en el límite de sus días en su sangre.
Otras veces, en mejores situaciones, ellos habían atravesado el importunismo del caos y lo habían sabido acallar.
Él preguntaba: Qué vas a hacer?
Ella contestaba: Me lo voy a sacar.
El ritual se repetía a cargo de una sacerdotisa habilitada.
Él respiraba tranquilo, un pobre menos.
Ella respiraba tranquila, me sigue queriendo.
A veces el universo confabula con el caos, a veces opera de manera desconcertante.
En el límite, los riesgos se desvanecen. En el límite de ambos, las cuentas se calculan solas, son un ejercicio, una certeza, lo natural. En el límite no hay sospecha de cambio, después de tantos años de engranajes aceitados. En el límite nadie especula con el error. Demasiadas horas de vuelo, las cosas son así porque son así, ya ni se acuerdan de la explicación. Para qué?
En el origen, el caos se alborotaba y el vacío crecía. El útero se reprimía y se angustiaba. La vida o la muerte y los dados golpeaban la mesa sin caer en el lado adecuado. El caos daba signos mudos que morían en las paredes del útero estrecho. El caos golpeaba el vientre, inundaba de señales, agitaba las mareas. El útero dudaba.
Habría otro ritual? Habría otro pobre más o volvería la calma, sobrellevando el límite, atravesando la recta final? Él la seguiría queriendo? Ella?
Ella se cansó de poner el cuerpo para el placer de él y para su dolor.
Él preguntó: Qué vas a hacer?
Ella respondió: Lo voy a tener.
Un silencio infinito los invadió. Un velo helado los envolvió. Los dados se quedaron quietos y el grito traspasó el vientre.
Él se murió con las manos en la sien, acongojado por la impotencia de saber que a ese niño no lo iba a proteger.
Ella se arrepintió mil veces, aunque nunca lo confesó, de la vida y de las muertes que dependieron de su decisión.
Él la siguió queriendo, hasta el último momento, por lo que dijo y lo que calló, por la vida y por las muertes que en el silencio, él engendró.