miércoles, 1 de abril de 2009

Shhhhhhhhhh

Papá

El paraíso era dormirme en sus brazos.
Él velaba por mí, él vigilaba el mar de mi sueño.
Él
El Edén eran las siestas de verano, cuando hacía calor y luego del baño, mamá me depositaba en sus brazos.
No recuerdo bien sus pases mágicos, para que después de la mamadera, sucumbiera de lleno en el descanso.
No recuerdo si era un arrullo, un cuento, o tan sólo su perfume agreste, primario que hablaba de su presencia certera junto a mi lado.
Tal vez sólo se trataba de un vaivén suave o un golpeteo rítmico de su palma en mi cuerpo…mi cuerpo que se perdía entre sus manos.
Puede ser que haya sido un día extraño, un día de junio, frío, nublado.
La casa oscura, la habitación en calma y mis gritos que rasgan el silencio en pleno asalto:
“Papá”
y las lágrimas corren, cómplices del agravio.
La noche no devuelve el eco, se apodera ambiciosa de mi angustia.
Papá no está a mi lado.
Nadie duerme conmigo. Cómo pude dormirme sin él a mi lado?
Mi mamá me toma en brazos.
No hay palabras más contundentes que esa imagen, la imagen de papá dormido y abrazado por la mortaja, de papá en otra dimensión ausente y lejana.
No hay otra imagen que su frente tranquila y su cuerpo al fin, relajado.
Era el Edén dormirme entre sus brazos.
Pero un día la muerte visitó nuestro huerto. Se disfrazó de mandato.
Me dijo que si era una buena nena y me iba a la cama sola, porque ya era grande para dormir sola, papá iba a estar orgulloso.
Papá, mi primer amor, profano y sagrado.
La muerte me sedujo y me besó.
Cuando me vio dormida, me lo arrebató.
Cuando me vio entregada al sueño, se lo llevó.
La muerte me engañó.
La muerte…
Desde ese día, él duerme y yo no.
Desde esa noche, yo la espero y él no.
Desde esa noche en que la muerte me arrebató el amor.