jueves, 29 de mayo de 2008

Espejo

Traiciones

Estoy entumecida.
Me tomaría un trago de muy buena gana, en seco y sin pestañar.
Me miro al espejo como al descuido y se me desliza algún que otro pensamiento machista sobre mí misma. ¿Quién diría? Prejuicio o mandato social, lo mismo da.
De algún modo en aquel ensayo autobiográfico de mi insomnio las palabras afloran de la boca de algún que otro personaje atrevido que se anima a delatarme. ¿Me traiciono?
Bueno, es posible, a veces el boicot aflora en el lugar menos pensado.
Con sarcasmo machista miro mi cuerpo y me detengo un rato más de lo acostumbrado en aquella imagen adulta. ¿Adulta? Sí, sí, claro, ya pinta canas mi cabeza y hay un par de arrugas en mi frente que denotan las décadas que porto.
Yo, mujer, adulta, frente al espejo. Desnuda, con una imagen que desafía lo que espero.¿De quien? De vos, morocha, la que se espía el cuerpo.
Mis curvas ya no son tan obtusas, se vuelven envolventes, difusas por momentos. Y el proverbio masculino y misógino, abre paso por mi aliento. Vaya respuesta la que espera la sociedad que se cree mi dueño, que alienó mis orillas, apoderándose de mis intentos.
Con la luz mortecina que escapa de una vela, en la bruma del baño, segundos después de…una imagen escondida me devuelve mis desvelos.
¿Serán excusas o puro cuento? Che, vos, contestame, dejá de hundirte en tu lamento.
Me pregunto así como al descuido si no será que al caminar en la sombra de lo cotidiano y adverso, la conquista de la libertad comienza con una sonrisa a esa piba que se vislumbra adulta después de tanto traqueteo.
Taconeo sin audacia, ni gracia, porque lo mío no es el flamenco y por más que me sacudo, la inseguridad no cae, ni se arroja de mis hombros algún que otro miedo.
Después de años animándome al balbuceo independiente de mi prosa más o menos equilibrada o equilibrista, en el trapecio de lo establecido, me zambullo sin remedio en reconocer los pactos que de vez en cuando firmé con el destino.
Se podría creer que claudiqué o negocié de la mejor manera, aquello que como mujer pocas veces se gana por derecha. A veces pagué con silencio la no violencia de revelarme completa a los ojos de los que la verdad les produce ronchas, de esas que pican y arden, de esas que angustian cuando no se acepta al bicho que las produce.
Sin somatizaciones a veces no se transcurren las estaciones. Cada una de ellas, parada del tren casi obligatoria o necesaria, destila de algún modo lo que el aprendiz desconoce, para que una noche cualquiera, a la luz de una vela, descubra que vale la pena vivir sabiéndose una pizca de muchas cosas, incluso de aquellas que conciente no profesa, incluso aquellas que con ahínco de su boca destierra.
Ese cuerpo, devenido discurso, poesía, magia, tortura, cuestionamiento, se tornea al compás de la historia que escribe con su todo la ermitaña confesa.
¿Adulta? Sí. ¿Por que no? Vaya si vale la pena vivir reconociendo que aun quedan vetas para pulir de la gema y acercarla al torno lo justo y necesario, temiendo al mismo tiempo que pierda su belleza.
Es misterio el cuerpo que cuenta su propia versión de lo que creo cierta, a su manera, a su antojo y me contradice por ser fiel a su texto. Vaya relato el que cuenta, por momentos más creíble que lo que yo a mí misma me cuento y no se trata de expulsar a la niña, sino de tan sólo darle un merecido descanso hasta el próximo intento.
Vaya relato la vida que comienza con un llanto obligatorio y culmina con un hasta luego. Vasta mirarme en el espejo, de reojo, quien sabe, sin creerme del todo el cuento.

lunes, 26 de mayo de 2008

Plegaria

Añoche, la ví en sus ojos
y pedí una bendición para nuestras almas pequeñas
Me quedé un ratito contemplándola
sin que ella se diera cuenta
disfrazando de sonrisa
mi plegaria austera.
Anoche, me descubrí tan frágil
cuando de su mirada
fluía la triteza.
Mis brazos intentaron consolarla.
Mis brazos
tan humanos como los de ella.
Añoche, la ví en sus ojos
y pedí una bendición para nuestras almas pequeñas.

Tormenta

El vendaval se arremolina en el pecho.
Los hombros se arquean hacia adelante.
El torso se vuelve rígido, el rostro se disfraza de egoísmo.
Son diez minutos de bronca contra una situación que no se rinde.
No quiero claudicar.
Esta vez no me quiero acomodar.
Sopla el viento de lo que no entiendo sobre mis aguas.
Oscura se pone la tarde, más gris que de costumbre, en el centro de mi alma.
Hay un más allá, tal vez, de un berrinche momentáneo y un constante adaptarse a los cambios, estar a merced de la marea.
Sé que si endurezco el cuerpo, las olas pegarán como rocas hasta quebrar mi espalda. El mar se pondrá más bravo aún, azotando mi capricho.
Sé que para disfrutar de las olas, hay que ser como un alga arremolinada por sus caricias, a veces violentas, a veces dispersas.
Sé….pero a veces me canso de comprender, aceptar, amoldarme.
Tomo mi barquichuela frágil y en la soledad de un atardecer inhóspito me pierdo en el horizonte enfrascada de silencio, con los puños apretados, con el alma agrietada de impotencia
Tal vez la brisa, un instante antes del crepúsculo o a un paso del alba, me traiga un beso cargado de paciencia o quizá ese primer rayo de sol me acaricie despacio despojándome el vientre de tormentas. O quien sabe si un ave extraña abandone mi cuerpo, elevando aquello que intento…
¿Dónde queda la orilla, dónde comienza la espera?
¿Quién amordaza mis furias, quien maniata mis penas?
¿Cuál es la forma exacta de la expresión del teorema?
¿Cuál es la agonía que enmudece la belleza?
¿En qué rincón de los sueños llora acongojada la sonrisa?
El péndulo viaja de un extremo a otro buscando ese punto que promete ser respuesta, donde acaban las discusiones, donde se resuelven los conflictos. Parece un espejismo que saltea, segundos antes de encontrarlo, que evade embaucado por humanos elixires.
Sé…y me pesan las manos, los puños se abren, el ave aletea.
Es inútil, algo de mí se muere con aquella bronca y esas ganas infinitas de alguna vez cantarle truco al destino.

jueves, 15 de mayo de 2008

Voces

Sólo su voz me llegó de la luna y se quedó ahí, quieta y difusa.
En una amarilla noche, de un obtuso junio, entre vivas de mundial y un coro de cintas, su rostro se volvió gris, su rostro un cuadro de mil preguntas.
Los sueños me tomaron por asalto poblándome de imágenes, palabras, sentimientos, olores, texturas, torbellino inquieto dentro de mi cuerpo, niña.
Un sin fin de violencias ante la algarabía adusta del sarcófago inerte. Inmóvil allí la vida, aquí la muerte.
Cabalgata atroz, mi pecho se hunde y se vuelve grito en la penumbra inminente. Sólo escucho mi propia voz que quiebra el silencio, voz que llegó de la luna para decapitar a la muerte.
-¡Papá!
Mientras mi vientre se espasma de angustia, no hay respuesta en la habitación que conteste la certera agonía.
-¡Papá!
No hay brazos, no hay voz, sólo hay un alma que sopla susurros de te quiero en mi lecho de niña.
-¡Papá!
Con sabor a pena su aliento me despide, volviéndose eco que olvida la rima.
-Papá está dormido.
Mamá me lleva en brazos hasta el rostro paterno que en su paz, no muestra surcos de risa.
Mamá, yo y él, nuestra intimidad en la última madrugada y mi beso en la frente añeja como última huella en la noche fría.
-Papá está dormido.
Contesta mi madre como consuelo insigne.
-Papá está dormido.
Quien sabe si duerme?
Quién sabe si escucha?
A la niña que grita en el silencio de la noche, para decapitar a la muerte con versos gastados, con versos diminutos como ella, con versos que siguen apostando a la vida.

Devenir