jueves, 10 de septiembre de 2009

Castigo

Era una niña.
No me llegaba ni a las rodillas.
Edad? Cualquiera. Cinco, veinticuatro, cuarenta y siete, setenta y dos.
Era una niña…ella o yo?
Las escalinatas de una Iglesia eran su domicilio. Algo así como su palacio en ruinas.
Su mano tendida por debajo de los harapos era un cuenco abierto a lo indecible.
Quereme…Quereme…Quereme.
Su reclamo se adueñaba del ruedo de mi falda.
Su insistencia podía ser infinita y estúpida. No reconocía el No, no sabía el significado de un desprecio, no le importaba que la apartaran violentamente. Luchaba a brazo partido con la indiferencia.
Las monedas jugaban en mi bolsillo un tintineo aberrante. Las monedas, la limosna, el diezmo, la caridad, el lavado de conciencia, lo que me sobra, la culpa y mi alma atrapada por su mirada entre ingenua y asesina. La opresión de su deseo en un juego de premios y castigos donde la que termina en el infierno, con mis monedas, soy yo.
Era una niña…ella o yo?
Era un torbellino que jugaba con las hojas muertas en la escalinata de Dios, a dos pasos de la entrada a la aceptación de los buenos. Era la imposición, el obstáculo. Era la vigía del afuera que ponía a prueba mis convicciones. Saltarla era lo esperable que nunca sucedía. No había modo de evitarla, ni huir, ni….No, no había chance.
Era Dios el jodido que instalaba el personaje a dos pasos de su puerta?
No me llegaba ni a las rodillas y la ira era más grande que la compasión.
Era una niña mendigando cariño.
Era una niña…ella y yo

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