viernes, 5 de octubre de 2007

Sinfonía

Como palo de lluvia, que desde su vientre devuelve el eco de sus sollozos, así los recuerdos editan un salmo, un réquiem, una agonía.
Junio frío y gris.
La niña deshoja notas, inventa acordes, memoriza los tonos de una canción para papá.
Papá yace en la penumbra de la enfermedad, en sus últimas horas, al final del pentagrama.
Su melodía se acaba en un soneto de cáncer que desgasta el fuelle de sus pulmones.
Bandoneón, tango, angustia, qué se yo.
La niña atesora los versos infantiles en su cabeza, en su corazón. Quiere soltarlos a vuelo. Tal vez esos murmullos sonoros rescaten el aliento de vida en la caja mustia de papá y por eso, los repite incansablemente como mantra milagroso, como fórmula mágica, como conjuro imposible de quebrar.
Y era domingo junto a la cama de papá.
La niña se instala con nerviosismo. Tantos ensayos no agotaron su ansiedad.
Papá se acomoda para escuchar a su niña.
Papá, el gigante de ojos azules. Papá es enorme y la niña le quiere cantar.
La niña toma aire e hincha sus pulmones. Ese aire es el mismo que le ha cansado el fuelle a papá.
Pero algo pasa. El sonido no aparece. Alguien le ha robado la canción a la niña, la canción de papá.
Nada ocurre por más que intenta esbozar alguna estrofa y en el vacío, la niña se siente desmoronar.
El silencio invade a la niña, el silencio inunda a papá.
Los pájaros no volaron esa mañana, papá no se va a curar.
El ladrón de los versos era la muerte y dejó al silencio como cómplice de su oscuridad.
La niña sigue deshojando notas, inventando acordes, memorizando tonos de muchas canciones como aquella, la de papá.
Son algo así como su huella, en esa playa que recorre descalza de respuestas en su intimidad.
Son sonetos para la muerte, cuando la venga a buscar.
Quiere depositarlos en sus manos como ofrenda que es inútil arrebatar.
Quiere que sepa que la espera sin rencores, que la siente como algo natural.
Son adagios de vida con sabor a eternidad. Son semillas de poesías a medio germinar.
Son su barrilete de esperanza que no se cansa de viajar, a pesar de los vientos de junio y de su gris frivolidad.
La niña resiste a la jaula que le impuso el silencio y puebla de alas sus versos para que surquen el cielo infinito, derramando su humanidad.
Es su música escondida que echa a vuelo en las mañanas de los domingos de junio, aunque haga frío en su soledad.

1 comentario:

Arleqino dijo...

una música que embriaga, hebras de vida que se tocan y resuenan, el caos que amenaza, la catástrofe que intenta hundir sueños y días, el punto preciso desde el cual se recomienza o se pierde todo, para siempre eternamente jamás...
una música.
que es la vida que quiere ser vivida aunque sangre.







beso