lunes, 26 de mayo de 2008

Tormenta

El vendaval se arremolina en el pecho.
Los hombros se arquean hacia adelante.
El torso se vuelve rígido, el rostro se disfraza de egoísmo.
Son diez minutos de bronca contra una situación que no se rinde.
No quiero claudicar.
Esta vez no me quiero acomodar.
Sopla el viento de lo que no entiendo sobre mis aguas.
Oscura se pone la tarde, más gris que de costumbre, en el centro de mi alma.
Hay un más allá, tal vez, de un berrinche momentáneo y un constante adaptarse a los cambios, estar a merced de la marea.
Sé que si endurezco el cuerpo, las olas pegarán como rocas hasta quebrar mi espalda. El mar se pondrá más bravo aún, azotando mi capricho.
Sé que para disfrutar de las olas, hay que ser como un alga arremolinada por sus caricias, a veces violentas, a veces dispersas.
Sé….pero a veces me canso de comprender, aceptar, amoldarme.
Tomo mi barquichuela frágil y en la soledad de un atardecer inhóspito me pierdo en el horizonte enfrascada de silencio, con los puños apretados, con el alma agrietada de impotencia
Tal vez la brisa, un instante antes del crepúsculo o a un paso del alba, me traiga un beso cargado de paciencia o quizá ese primer rayo de sol me acaricie despacio despojándome el vientre de tormentas. O quien sabe si un ave extraña abandone mi cuerpo, elevando aquello que intento…
¿Dónde queda la orilla, dónde comienza la espera?
¿Quién amordaza mis furias, quien maniata mis penas?
¿Cuál es la forma exacta de la expresión del teorema?
¿Cuál es la agonía que enmudece la belleza?
¿En qué rincón de los sueños llora acongojada la sonrisa?
El péndulo viaja de un extremo a otro buscando ese punto que promete ser respuesta, donde acaban las discusiones, donde se resuelven los conflictos. Parece un espejismo que saltea, segundos antes de encontrarlo, que evade embaucado por humanos elixires.
Sé…y me pesan las manos, los puños se abren, el ave aletea.
Es inútil, algo de mí se muere con aquella bronca y esas ganas infinitas de alguna vez cantarle truco al destino.

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